TRACA
El tiempo es el enemigo más eficaz de la neutralidad. Y lo es sin apenas presagios de ruptura. Y quién iba a decir que la vida sería algo más que el primer sol tras el invierno y el júbilo algo diferente a tachar los días del calendario en la escuela y llegar a marzo cuando todo se precipitaba a una velocidad de descarrile. Marzo y las tracas. Marzo que suda pólvora. Marzo y la celebración colectiva de Las Fallas que acaba en fuego y no hay marcha atrás. Esperar a marzo para arder en todas las hogueras, con cualquier llama y sobre cualquier brasa, que pudieran prenderse solo en unos días. Eso mismo. Sólo siete días de marzo. Y eso era ser neutral, normal, de una eficacia social inquebrantable. Una más. Alguien entre muchas. Y algo que se rompe con la edad .¿Pero qué es lo normal y qué no lo es? ¿Lo que digan los folletos publicitarios?,¿ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad?
Se percibe una pulsión mortal y el ensayo de un suicidio asistido en formación militar con bombos y platillos, entre botas al aire de aguardiente y habanos como panes. Y se anda a zancadas por la ciudad sin salirse de ella, uniformados con traje regional, destrozando cada rincón, meando en las esquinas sagradas, lanzando flores a la patrona por la mañana y vomitando bilis con aceite cocido de buñuelo por la noche. Siete días feroces de dedos amputados por la pólvora, comas etílicos y grumos humanos en las plazas hechizados por el ruido, el humo y el sudor. Siete días de un apocalipsis que no agota, que nunca se consuma, y es éxtasis, catarsis, psicosis.
Todo hasta la combustión final y el fuego, ese fuego. Un año entero trabajando para elogio último de la ceniza. Y después nada. El silencio sobre la ciudad rota. Y un olor a plástico quemado en cada calle que muy pronto también será olvidado.
TRACA
El tiempo es el enemigo más eficaz de la neutralidad. Y lo es sin apenas presagios de ruptura. Y quién iba a decir que la vida sería algo más que el primer sol tras el invierno y el júbilo algo diferente a tachar los días del calendario en la escuela y llegar a marzo cuando todo se precipitaba a una velocidad de descarrile. Marzo y las tracas. Marzo que suda pólvora. Marzo y la celebración colectiva de Las Fallas que acaba en fuego y no hay marcha atrás. Esperar a marzo para arder en todas las hogueras, con cualquier llama y sobre cualquier brasa, que pudieran prenderse solo en unos días. Eso mismo. Sólo siete días de marzo. Y eso era ser neutral, normal, de una eficacia social inquebrantable. Una más. Alguien entre muchas. Y algo que se rompe con la edad .¿Pero qué es lo normal y qué no lo es? ¿Lo que digan los folletos publicitarios?,¿ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad?
Se percibe una pulsión mortal y el ensayo de un suicidio asistido en formación militar con bombos y platillos, entre botas al aire de aguardiente y habanos como panes. Y se anda a zancadas por la ciudad sin salirse de ella, uniformados con traje regional, destrozando cada rincón, meando en las esquinas sagradas, lanzando flores a la patrona por la mañana y vomitando bilis con aceite cocido de buñuelo por la noche. Siete días feroces de dedos amputados por la pólvora, comas etílicos y grumos humanos en las plazas hechizados por el ruido, el humo y el sudor. Siete días de un apocalipsis que no agota, que nunca se consuma, y es éxtasis, catarsis, psicosis.
Todo hasta la combustión final y el fuego, ese fuego. Un año entero trabajando para elogio último de la ceniza. Y después nada. El silencio sobre la ciudad rota. Y un olor a plástico quemado en cada calle que muy pronto también será olvidado.